Resumen:
Ser hombre o ser mujer es usualmente atribuido a una supuesta esencia sexual con la que cada persona nace. Sin embargo, por su calidad social, el ser humano se vuelve miembro efectivo de un grupo por medio de mecanismos de transmisión cultural. Este proceso transforma las características fisiológicas. Es por esta razón que no existe un sustrato natural previo a la acción de la cultura. Así, hombres y mujeres aprenden a desempeñar distintos roles de género, los cuales responden a la organización social de la heteronormatividad; la cual es una estructura de poder que organiza a las personas en torno a la heterosexualidad, es decir, el deseo hacia el sexo configurado como contrario.
Para conseguir la incorporación de las generaciones jóvenes, las sociedades modernas han diseñado sistemas educativos que forman a los/as nuevas ciudadanas de la nación. Bajo la égida de la democracia, se pregona que la educación debe ser para todos/as por igual; pero, al estar al servicio de la construcción de sociedades jerarquizadas, la escuela termina por socializar a los niños/as y jóvenes en una única cultura oficial homogeneizante. En este sentido, las categorías de género, clase, etnia, etc., se ven legitimadas, reforzadas y transmitidas a través de los procesos educativos.
En Ecuador, las instituciones educativas separadas por sexo han sido eliminadas en nombre de la equidad. No obstante, la investigación realizada en dos planteles de la ciudad de Quito ha demostrado que el aprendizaje de una identidad de género es una práctica institucionalizada; constituyendo así un aprendizaje fundamental en las aulas, casi siempre implícito en el currículo oficial, en el reglamento institucional, en las expectativas que los y las docentes tienen de sus estudiantes, y en las interacciones cotidianas.