Resumen:
En estas dos primeras décadas del siglo XXI el debate sobre la alimentación está recuperando protagonismo a nivel regional y mundial, la reunión de la OEA en Bolivia y la cumbre de los pueblos alternativa, la reunión del G 20 en México y las movilizaciones paralelas de sociedad civil, punto clave en la discusión de Río + 20, colocaron en sus agendas puntos sobre seguridad
y soberanía alimentaria; quedan así atrás décadas anteriores donde la alimentación fue un tema olvidado de las principales políticas públicas y de
cooperación. Pero a veces no supera los niveles de los discursos y todavía no llega a cambios reales y concretos en cada una de las regiones y de los
países.
Ese descuido de la problemática alimentaria se puede interpretar por una exagerada confianza en que por sí sola la consolidación de un sector
agroalimentario, dedicado a aumentar la capacidad productiva de las plantas y animales, de los cuales nos alimentamos, podía garantizar una alimentación a bajo costo, en cantidad y calidad suficiente para todos. Sin embargo, algunas señales como el aumento agudo y sostenido de los precios de los alimentos desde 2008 a nivel mundial o el crecimiento de la proporción de la población mundial subnutrida o malnutrida nos indican que haber confiado la cuestión alimenticia a los mercados no solo agudiza la situación de las poblaciones hoy desnutridas, sino que pone en peligro las condiciones de vida de las poblaciones con menos recursos en zonas rurales y urbanas.
En ese escenario se plantea desde algunos Estados, pero sobre todo desde los movimientos campesinos, indígenas y colectivos ciudadanos, una propuesta llamada soberanía alimentaria que busca una reapropiación de la producción, comercialización y consumo de los alimentos por los países y por los actores locales, y la valorización de la agricultura familiar.
El debate sobre la producción y los mercados alimentarios cobra protagonismo y adhesión como reacción al sentimiento de pérdida de control e identidad de los alimentos que producimos y consumimos, causado por una concentración acelerada del sector agroalimentario en un puñado de empresas multinacionales que nos dicen e imponen qué comer, cuándo y dónde, amenazando, a la vez, un punto fundamental de las sociedades humanas: su cultura e identidad propia, así como la vida de sus poblaciones rurales.